La sangrienta escena que
contemplaban mis ojos, se quedaría grabada para siempre, a fuego, en mi cabeza.
El mayor de los héroes que ha dado a luz nuestro planeta se alzaba, cubierto de
pies a cabeza por la sangre de sus enemigos, sobre una pila de cadáveres de
unos cinco metros de altura. Aunque ahora supongo que debía ser obvio que
estaba al borde de la muerte, lo cierto es que en aquel momento pensé que ese
hombre era poco menos que una oscura divinidad. Un demonio. Un monstruo
iracundo que había luchado por la humanidad.
Puede
que no fuera la única razón de que nos salváramos, pero no hay duda de que fue
la principal. Motivó a ejércitos de personas embravecidas por todo el mundo
tras haberlo visto en todos los canales de noticias, o en Youtube, matando cientos y cientos de invasores con sus propias
manos. Sin apenas ayuda, porque pocas fueron las veces que algunas fuerzas o
cuerpos de seguridad le cubrieron las espaldas. Y además, en los últimos días
de La Peor Guerra, la mayoría de las
naves alienígenas se llevaban a sus soldados de todos los frentes del globo
para que se enfrentaran a él. Era así como ellos luchaban, como guerreros, y no
como soldados. Así es como batallan los verdaderos monstruos. Y así es como
batallaba nuestro demonio.
Allí
estaba yo, a cubierto tras un árbol caído, y a punto de mearme en los
pantalones. El cámara que me acompañaba, un francés de mediana edad que había
contratado para la ocasión y que también era mi intérprete, no estaba menos
acojonado. Pero, pese a ello, no dejaba de grabar a tan peculiar salvador, que
jadeaba en su posición elevada mientras un escuadrón de esos terroríficos
canallas lo rodeaban lentamente, pero manteniéndose al pie del montículo de sus
camaradas caídos. Poco sabíamos de ellos entonces. Humanoides, como nosotros,
pero más altos. La armadura, blanca de algunos y negra de otros, les cubría
casi todo el cuerpo excepto por sus pies y sus manos, los cuales eran de color
verde grisáceo. Las máscaras de sus cascos eran todas diferentes unas de otras,
pero todas ellas parecían diseñadas para acobardar a sus enemigos.
Eran
unos treinta, así que lo que presenciamos a continuación parece difícil de
creer. Lentamente, hincaron una rodilla al suelo y agacharon la cabeza. Uno de
ellos, no sabría decir cual, habló en su extraño lenguaje, con un sonido
incapaz de realizarse con nuestras cuerdas vocales. Desconozco si el Gran Héroe lo entendió o tan solo quiso
decir las que fueron sus últimas palabras. Cuando se pronunció lo hizo con una
voz fuerte y gutural, y aunque fuese debido a las circunstancias, a mi me
pareció demoníaca.
-
Tal vez alguna vez fuese la Resurrección y la Vida. Pero ahora soy La Muerte,
La Destrucción, La Aniquilación y ... - hizo una breve pausa para luego
continuar gritando - ¡La Guerra!
Y
mientras su vida se apagaba, uno tras otro, los alienígenas invasores fueron
desapareciendo, transportados a las naves, que habían permanecido a pocos
metros por encima de todos nosotros. Después, éstas también se fueron,
probablemente de vuelta a su lugar de origen, dondequiera que estuviese. Tras
seis meses de guerra y muerte creí estar soñando. Tenía que haber otra
explicación que se me escapaba. Eso pensé. Pero no era así. Se estaban
rindiendo. No ante la humanidad, sino ante un solo hombre. Porque eso es lo que
era Marco. Marco Lión. Hijo de Louigi Lión y Grace Merlivlad. Asturiano de
nacimiento.
Y
así fue como esta tierra desolada, Les Landes, este infinito bosque de pinos,
ha pasado a ser la zona más turística de nuestra mota de polvo. Y así fue como
yo, Alex Aries, gané el premio Pulitzer por
primera vez.
Gracias.
Iván Lus
@LusDIvan
Buen relato, grandes descripciones las que haces y un final totalmente inesperado. Un gusto leerte. Un saludo.
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