miércoles, 22 de julio de 2015

El sangriento final de La Peor Guerra

               La sangrienta escena que contemplaban mis ojos, se quedaría grabada para siempre, a fuego, en mi cabeza. El mayor de los héroes que ha dado a luz nuestro planeta se alzaba, cubierto de pies a cabeza por la sangre de sus enemigos, sobre una pila de cadáveres de unos cinco metros de altura. Aunque ahora supongo que debía ser obvio que estaba al borde de la muerte, lo cierto es que en aquel momento pensé que ese hombre era poco menos que una oscura divinidad. Un demonio. Un monstruo iracundo que había luchado por la humanidad.
                Puede que no fuera la única razón de que nos salváramos, pero no hay duda de que fue la principal. Motivó a ejércitos de personas embravecidas por todo el mundo tras haberlo visto en todos los canales de noticias, o en Youtube, matando cientos y cientos de invasores con sus propias manos. Sin apenas ayuda, porque pocas fueron las veces que algunas fuerzas o cuerpos de seguridad le cubrieron las espaldas. Y además, en los últimos días de La Peor Guerra, la mayoría de las naves alienígenas se llevaban a sus soldados de todos los frentes del globo para que se enfrentaran a él. Era así como ellos luchaban, como guerreros, y no como soldados. Así es como batallan los verdaderos monstruos. Y así es como batallaba nuestro demonio.
                Allí estaba yo, a cubierto tras un árbol caído, y a punto de mearme en los pantalones. El cámara que me acompañaba, un francés de mediana edad que había contratado para la ocasión y que también era mi intérprete, no estaba menos acojonado. Pero, pese a ello, no dejaba de grabar a tan peculiar salvador, que jadeaba en su posición elevada mientras un escuadrón de esos terroríficos canallas lo rodeaban lentamente, pero manteniéndose al pie del montículo de sus camaradas caídos. Poco sabíamos de ellos entonces. Humanoides, como nosotros, pero más altos. La armadura, blanca de algunos y negra de otros, les cubría casi todo el cuerpo excepto por sus pies y sus manos, los cuales eran de color verde grisáceo. Las máscaras de sus cascos eran todas diferentes unas de otras, pero todas ellas parecían diseñadas para acobardar a sus enemigos.
                Eran unos treinta, así que lo que presenciamos a continuación parece difícil de creer. Lentamente, hincaron una rodilla al suelo y agacharon la cabeza. Uno de ellos, no sabría decir cual, habló en su extraño lenguaje, con un sonido incapaz de realizarse con nuestras cuerdas vocales. Desconozco si el Gran Héroe lo entendió o tan solo quiso decir las que fueron sus últimas palabras. Cuando se pronunció lo hizo con una voz fuerte y gutural, y aunque fuese debido a las circunstancias, a mi me pareció demoníaca.
                - Tal vez alguna vez fuese la Resurrección y la Vida. Pero ahora soy La Muerte, La Destrucción, La Aniquilación y ... - hizo una breve pausa para luego continuar gritando - ¡La Guerra!
                Y mientras su vida se apagaba, uno tras otro, los alienígenas invasores fueron desapareciendo, transportados a las naves, que habían permanecido a pocos metros por encima de todos nosotros. Después, éstas también se fueron, probablemente de vuelta a su lugar de origen, dondequiera que estuviese. Tras seis meses de guerra y muerte creí estar soñando. Tenía que haber otra explicación que se me escapaba. Eso pensé. Pero no era así. Se estaban rindiendo. No ante la humanidad, sino ante un solo hombre. Porque eso es lo que era Marco. Marco Lión. Hijo de Louigi Lión y Grace Merlivlad. Asturiano de nacimiento.  
                Y así fue como esta tierra desolada, Les Landes, este infinito bosque de pinos, ha pasado a ser la zona más turística de nuestra mota de polvo. Y así fue como yo, Alex Aries, gané el premio Pulitzer por primera vez.

                Gracias.





Iván Lus
@LusDIvan

1 comentario:

  1. Buen relato, grandes descripciones las que haces y un final totalmente inesperado. Un gusto leerte. Un saludo.

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