¿Alguna vez
habéis sentido tanta ira, tanta sed de sangre que luego no sois capaces de
recordar nada? Mis manos están llenas de sangre. Lo están desde que “desperté”
en el coche. No me he lavado aún. Mi ropa está hecha jirones, y más manchada
que mis manos. Creí que sería bueno escribir lo que se pasa ahora por la
cabeza. Que quizás me ayude a recordar, por eso en el momento en que me
recuperé del shock, conduje hasta casa y me senté frente al portátil. Nadie me
ha visto. Aún es pronto para que mis hijos despierten, y aún los es más para
que lo haga mi mujer. A mí me gusta correr por las noches. Procuro hacerlo, al
menos, una vez al mes. Conduzco hasta
las afueras y aparco cerca del parque. Esta era una de esas noches. Así que me
puse las mallas, las zapatillas, y una chaqueta, y salí de casa.
Tras
poco más de quince kilómetros, volví al coche. Me cuesta recordar a partir de
este punto. Sé que había unos tres hombres. Todavía no había arrancado el motor
cuando alguien abrió la puerta del copiloto. Llevaba una pistola en una mano,
uno de esos revólveres enormes creo. No logro recordar su cara, pero estoy
seguro de que no iba oculta por ninguna máscara o pasamontañas como sucedería
en cualquier película hollywoodiense. Dos más entraron a los asientos traseros.
Si eran tres en total, ahora estoy seguro. “Arranca o te pegamos un tiro”, dijo
alguno de ellos. Yo me quedé bloqueado. Estaba agotado y aún no había
recuperado el pulso, cuando todo esto volvió a acelerármelo. Pero no estaba
asustado. No. No lo sé con certeza pero me parece que el que estaba sentado a
mi derecha me golpeó en la cabeza con la culata de su arma. Y de ahí en
adelante todo lo que soy capaz de recordar es una serie de imágenes confusas y
aparentemente inconexas. Golpes, gritos, incluso mordiscos. Cabezazos,
puñetazos y patadas. En algún momento apareció un cuchillo. O quizás más de
uno. No sé explicarlo, todo parece estar rodeado de un silencio absoluto, pero
sé que había mucho ruido. Varios disparos destrozaron la guantera, los
asientos, y las ventanillas de mi coche.
Cuando
recuperé el sentido, y mi ritmo cardíaco volvió a la normalidad, solo yo
permanecía con vida. El que se sentó a mi lado tenía el cuello roto en una
posición antinatural, además de cortes por toda la cara, y más de una herida de
bala en el pecho y en el vientre. Uno de los de atrás había sufrido una
amputación del brazo izquierdo un poco por debajo del codo, y la sangre aún
caía a borbotones. Su cabeza ya apenas descansaba sobre sus hombros. Estaba
casi cercenada por completo. El tercero estaba tirado hacia delante, con la
cabeza boca abajo muy cerca de la palanca de cambios. Un boquete enorme en la
nuca, que solo de recordarlo me revuelve las tripas. Supongo que un agujero de
salida de una bala de gran calibre.
No
sé qué hacer. No me atrevo a ir a la policía. Porque ahora tengo un secreto. Y
no es que haya matado a tres hombres, no. Nadie podría culparme por eso. Fue en
defensa propia. Mi secreto es quienes eran esos hombres. O más bien qué clase
de hombres eran y lo que acababan de hacer en alguna parte. Y eso, no voy a
dejarlo por escrito. No. No debo. Por mi seguridad y por la de mi familia. Pero
si soy más honesto. Será un secreto porque soy un hombre egoísta, y me he
vuelto codicioso. Y estoy seguro de que lo que voy a hacer a partir de ahora,
es muy ilegal.
Iván Lus
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