miércoles, 12 de agosto de 2015

El Hada de los Dientes y el Ferengi

Existió un pequeño y solitario Ferengi en una luna oscura. Muy, muy lejos de su planeta de origen, Ferenginar. No más avaricioso que cualquier otro ser de su misma especie, padecía ahora un terrible dolor en su boca. Nada extraño porque los Ferengis no son conocidos precisamente por lavarse los dientes a diario. En lugar de eso ocasionalmente se los afilan, con lo que los tienen puntiagudos y torcidos.
Quejándose de un dolor insoportable en la cama que le impedía conciliar el sueño, creyó ver una sombra diminuta al otro lado de la habitación. Estaba oscuro, así que encendió la luz, pero allí ya no había nada. Al final consiguió quedarse dormido y soñó con joyas preciosas y metales valiosos y brillantes.
La noche siguiente, aún soportando su dolor, volvió a ver la pequeña sombra.
"¿Quién anda ahí?" Preguntó casi en un susurro.
"Soy una Hada de los Dientes y por tu diente estoy aquí" Le contestó la sombra con una suave voz angelical.
El Ferengi, ahora asustado pues nunca de Hadas de los Dientes había oído hablar, le replicó:
"Mi diente mio es y no quiero dártelo".
"Si no me lo das te seguirá causando mucho dolor".
"Entonces quizás pueda entregártelo, a cambio de un precio razonable". Y como cabía esperar, la avaricia natural del Ferengi salió a la superficie nuevamente, haciendo desaparecer el miedo.
"Pero... no se supone que deba pagarte. El alivio de quitarte un diente molesto debería ser suficiente recompensa".
"Entonces vete. Adiós". Y terco, se tapó de nuevo entre sus sábanas y cerró los ojos hasta que se durmió".
El dia pasó y la hora de irse a la cama volvió a llegar.
"Aquí estoy de nuevo, señor Ferengi, dispuesta a pagarle por su diente. Una moneda y nada más que una"
El Ferengi rápidamente aceptó, deseoso de que le aliviasen ese horrible dolor. Y siguiendo las órdenes del Hada de los Dientes, se durmió. Mientras tanto, sin ninguna prisa el Hada voló hasta posarse suavemente sobre la almohada. Y con mucha facilidad arrancó el diente que debía. Y antes de marcharse, una moneda de oro dejó bajo la almohada.
Tras éste incidente todas las Hadas de los Dientes se vieron obligadas a pagar una moneda por todos los dientes que recogían. Pocos años después, las Hadas se quedaron sin monedas y dejaron de hacer su trabajo.
Cuando la gente se enteró de que no volverían a ver a un Hada de los Dientes, al menos no mientras trabajasen, se entristecieron mucho. Pero con todo el cariño y el deseo de proteger a sus queridos hijos, dejaban una moneda bajo sus almohadas mientras dormían, cada vez que éstos perdían un diente.

Así fue como por culpa de un ser avaricioso, ahora todos tenemos que pagar su error.

"La avaricia siempre ha sido y será una muy mala enfermedad que contamina el mundo entero"


Iván Lus


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